martes, 12 de mayo de 2015

Pedro Lemebel



Yo descubrí a Pedro Lemebel en París después de su muerte. Lo descubrí en el metro y en nuestro cuarto del barrio veinte, entre miles de risas y lágrimas contenidas. Lo conocía de pasada, pero realmente lo descubrí cuando su cuerpo apenas empezaba a descomponerse en la tierra de la ciudad de Santiago, tan cercana y tan ajena a mi corazón.

Hoy, meses después, estoy sentada en una cafetería de la Colonia Polanco del Distrito Federal y sigo con "Adiós mariquita". Terminé la fase romántica y brutalmente sensual, donde todos esos hombres pasan por su cuerpo llenándolo de fluidos poéticos para llegar a sus reflexiones más tiernas sobre ese lugar del alma, lugar mío también; el Altiplano andino, donde se encuentran un par de las pocas certezas que puedo contar. Leo sus palabras e imagino que él me lee con su voz de señorona entacada, con sus ojos curiosos de niña chismosa. De repente se detiene y me dice al oído: "eris cuica conchetumadre, lárgate en raja de acá, ¿no vi qui aquí se olvidaron de México?" Lo miro con cara de boba y pretendo disimular mi falta de respuesta. Estoy a punto de decirle que esto también es México aunque no nos guste,  pero el huevón me vira la cara y se va con el joven de la mesa de al lado. Así que decidí partir no más y despedirme de las dos chicas que mantenían media conversación en inglés, a todo volumen y entre extensiones de cabello. Me voy, me voy a buscar México, el que sé que existe y al que le enseñaré que me deje de decir güera.

Gracias Pedro, marica hermoso conchetumadre

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