Soñé que te conocía, que nos reconocíamos, que conversábamos sin parar hasta que la luz de la noche era escasa y hasta que nos pidieron que nos vayamos de ese pequeño y académico café.
Te miraba, ya te conocía pero era la primera vez que te veía así, mirándome así.
Caminábamos por las veredas rotas y yo miraba tu jean, tu saco negro, tus canas y tu sonrisa, escuchaba tu voz tranquila, que hablaba sin pretender saber, sólo decirme algo de lo que piensas, de cómo vives.
Llegábamos a tu casa, era roja y de madera, pequeña pero con ventanas amplias, la sentía cercana pero tú me decías que ahora podía ser de los dos, que hace poco era tuya y de otra mujer, pero que hasta encontrar una casa nueva, de una historia nueva, yo podía ir cuando quisiera y traer mis maletas cuando me sienta cómoda.
Nos sentamos en tu sala y tomamos algo más, yo estaba tan emocionada, nerviosa y sensible, me había vuelto a enamorar y tú estabas enamorado de mí.
Y claro, en ese momento sonó el despertador, me levanté sonriendo, queriendo dormir más, soñar contigo de nuevo. Y me desperté y me bañé, me vestí y no quise desayunar, salí en el auto prestado, esperando que el sol y la velocidad me lleven pronto hasta tí, pero aún no sé tu dirección, ni tu nombre, ni qué haces, de qué vives y cómo te ves mientras duermes. Todavía no te conozco y no estoy lista para hacerlo, tengo miedo de que mis ilusiones se conviertan en presiones para tí, que dejes de desear mi cuerpo, que mis equivocaciones sean tu justificación para herirme, que llore mucho, que me ponga celosa, que me ponga necia y caprichosa. Aún tengo miedo, pero gracias por venir a mis sueños cuando sentía que ya no sentía.
Hasta entonces.