miércoles, 24 de septiembre de 2008

papá y mamá


Un día el espejo te sorprende y ves que hay algo de ellos en ti, en una de sus fotos, tú estás en sus gestos.
Vas caminando y tu cuerpo ya se parece a aquel que tienes en el recuerdo, como abrazándote, como llevándote por el frío, mostrándote el mundo o alejándose de ti.
Tu voz tiene algo de su tono cuando hablas, cuando gritas, cuando no entiendes, haces lo que no querías repetir.
Y un día, cuando las generaciones van desapareciendo, puedes ver que eres tú quien debe abrazar, llevar por el mundo, enseñarles lo nuevo, intentando que sientan la misma fascinación. Y hay cosas que no puedes cambiar, ellos siempre han sido así, así como tú y yo, así, distintos también.
Y llega el miedo a que se vayan de tu lado, hayan estado junto a ti o no, miedo a que no los veas más, que se acaben las referencias y las respuestas, que no alcancen a ver todo lo que quieres hacer de tu vida. Y da miedo, mucho miedo.
Hay una parte de la vida que está entregada a repetirlos, otra a negarlos y una gran parte a amarlos. Entre una entrega y otra te has convertido en adulto y ellos siguen siendo tus padres, quienes te dieron la vida más allá de lo que dicta la biología, te dijeron quien eras, se quedaron callados tantas veces, no pudieron más que sonreir cuando los nombraste. Te dieron todo lo que estaba en sus manos firmes o temblorosas y vas justificando tus estupideces por quienes fueron contigo, y de qué otra forma podían ser? ¿de qué otra forma puedes ser?


*imagen: La familia Soler, de Pablo Picasso

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