miércoles, 8 de octubre de 2008

Dios


Te paseabas por los pasillos del colegio, te pintaban en las imágenes de las paredes viejas y te llevaban crucificado aquellas mujeres a las que llamamos monjas.
Mi abuela te mencionaba cada vez que los nietos atravesábamos la puerta con la energía de la infancia, dispuesta a conquistar cada rincón de la casa.
Mi madre te negaba y al mismo tiempo te adoraba.
Mi padré pasó más de una década viviendo en tu nombre y creía en tí, él creía.
Yo te temí, te amé, te pregunté, te sentí y te perdí, todo esto sin cronología alguna.
Nuestra relación ha sido un ir y venir, encuentros y desencuentros que salieron de un templo, de una oración impresa, de una cara de ángel. Te he visto y me has visto y hemos optado tantas veces por el silencio. Sé que estás en algún lugar, sabes que estoy. Nos damos el suficiente espacio para hacer cada uno lo suyo, sin molestar al otro.
Te pienso un poco más en noches como esta y te siento más fuerte que yo, y vuelvo a poner las manos frente a mi rostro para pedirte algo de lo que estoy desprovista, algo que creo no está a mi alcance.
Y una vez más pido fuerza, para seguir, para luchar, para amar sin miedo, para que valga la pena el amor que voy sintiendo.
Te pido un montón de cosas para mi, que se sueltan en el viento de esta noche, que subrayan mi pequeñez.

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