domingo, 23 de marzo de 2014

La vida no abandona

Tengo una fascinación por los lugares abandonados
Fascinación ordinaria como el gusto por el color azul, pero fascinación al fin y al cabo

He entrado a edificios, casas, oficinas, espacios congelados en un instante que no perdona, el del abandono. La vida se les fue y no queda más que un registro pálido y descascarado, signo indudable de que ahí un día alguien respiró.

(A los 13 años entramos a una playa virgen, adolescentes sin miedo a nada, corriendo como caballos en guerra y al pasar la humedad del palmar, apareció encallado frente a nosotros un barco chino abandonado, incrustado de proa y con su popa elevada hasta el flotar de unos pájaros carroñeros. Inmutados frente a su presencia desgarradora, no pude hacer más que tragar mis lágrimas, sin querer asumir que su abandono clamaba por un ritual, un reconocimiento por lo que un día fue; transporte de almas marinas y tiburones desmembrados).

Que intensa puede ser la vida de los humanos que por más inertes que sean los materiales de los que están hechos nuestros techos, nuestras paredes y embarcaciones, ellos se mantienen de pie con nuestra presencia, ellos crecen. Les damos color, los limpiamos, los recorremos, a veces les ponemos hasta nombre y  se van llenando de gérmenes de nuestra respiración, restos de nuestros fluidos y células muertas que les impregnan olores particulares; la casa de uno no huele igual a la casa de otro. Nuestras historias son la sangre de estos territorios que hemos inventado para encerrar la vida con el afán de expandir sus planes ridículos de inmortalidad.

Y un día partimos, cerramos la puerta, botamos la llave, salimos corriendo, salimos llorando, a otra vida mejor, salimos, nos fuimos, nos morimos, y el piso y la puerta comparten el trazo del sol que se coló cada vez que alguien partió, cada vez que alguien regresó. El piso no mirará nunca más la otra cara de la puerta, y la puerta dará la espalda a la vida de adentro, esperando que la vuelvan a abrir, que la tomen de la mano para hacer girar sus entrañas. La ventana ya no tiene nada que decirle a la cortina porque la luz y los reflejos ya no tocan a nadie, nadie las toca.

Mi fascinación no es por el abandono, sino por la fuerza brutal de la vida, su paso nunca invisible, su paso siempre importante. Mi fascinación es la pregunta por todo lo que le impregna la vida a las cosas y no poder alcanzar jamás a descifrar cuánto en realidad nos impregnamos unos a otros cuando mezclamos respiración, fluidos y células muertas en nombre de todas las células vivas que vendrán.

*Imagen "Ruins of Detroit" -Yves Marchand & Romain Meffre


1 comentario:

oderay barriga dijo...

Me impacta esta crónica de la vida; de la vida y sus regueros, de la vida y su empoderamiento de las cosas, que se dejan dominar o reciben el álito de vida de su creador. Y me ha fascinado la fotografía de esa solemne casa o teatro, donde todo fué un día tan fuerte, que el piano quedó como un animal muerto y congelado patas arriba. Ya ves cuantas ideas susita tu escrito. De eso se trata, no?